En el plebiscito del 25 de octubre, 8 de cada 10 chilenos que votaron dijeron que aprobaban que se redactara una nueva Constitución mediante una Convención Constitucional. Se trató de un acto eleccionario con una gran participación masiva, a pesar de efectuarse en un escenario complicado por la pandemia del COVID-19, tal vez porque representaba un espacio para empezar a materializar el sueño de un país más igualitario y justo.
Fue un grito ciudadano de no querer continuar viviendo en Chile con los valores que subyacen de la actual constitución, ni con el modelo de unidad política que ha imperado.
Con esto se inicia un proceso que culminará en dos años más con otro plebiscito en donde el pueblo de Chile ratificará o rechazará el texto redactado por los constituyentes. El siguiente paso será elegir el 11 de abril del próximo año, a quienes escribirán esa propuesta. En ese momento será relevante escoger a quienes nos aseguren que van a jugarse porque la nueva Constitución posibilite ir construyendo un orden social que asegure, a todos quienes habitamos en este territorio, desarrollarse con la dignidad que merecemos y con respeto al medioambiente, lo que supone un Estado que esté al servicio de la personas, garantizando el cumplimiento en calidad de los derechos sociales. Principalmente resolviendo las deudas que se tiene con quienes experimentan la pobreza, con las mujeres, con los pueblos originarios, con quienes viven en localidades apartadas, zonas de sacrificio o de sequía.
Tan importante como votar por quien nos represente será participar durante el trabajo de redacción de la Constitución, lo que implica a lo menos estar informado de lo que va sucediendo, pero sobre todo, integrarse en las organizaciones sociales que harán oír su voz. Sólo así se tratará de una verdadera experiencia democrática. No debería preocuparnos que haya temas que susciten un arduo debate, porque se entrará a discutir aspectos en los cuales no hay acuerdo y que sólo se zanjarán argumentando y generando acuerdos. Lo que sí nos debe inquietar son las campañas de terror que ya han surgido y que seguramente se acrecentarán, amenazando con desastres cuando no existan argumentos para rebatir avances inevitables. Esto lo hemos visto frecuentemente en los últimos tiempos, haciendo circular olas de rumores sin asidero, pero que suelen perturbar y contaminar el ambiente.
Se avecina un camino esperanzador, “una Buena Nueva” donde todos y todas tendremos un lugar; la esperanza en la paridad de género, en la incorporación de pueblos originarios e incluso de todos y todas las personas que no estuvieron de acuerdo con el cambio constitucional. Se hace posible un Chile con una nueva madurez y responsabilidad democrática.
En este tiempo de esperanza resuena la invitación de la Iglesia Católica a “una fraternidad abierta” (son las palabras del papa Francisco, en su reciente Encíclica Fratelli Tutti, sobre la Fraternidad), a la búsqueda de recocernos en nuestra humanidad, en los sufrimientos comunes y de los otros, a fijar la mirada y procurar políticas públicas y soluciones oportunas, preferentemente para todos aquellos y aquellas que sufren la pobreza.
Texto de Níniza Krstulovic Matte y Martín Miranda Oyarzun